Segundo episodio de las aventuras
de Luke Skywalker, la Princesa Leia y Han Solo, en el seno de un imperio
intergaláctico dirigido por el malvado Emperador, sus disciplinados ejércitos y
Lord Vader. Y segunda parte de la historia de la rebelión de los pueblos de la
galaxia contra ese despótico imperio. Con la excelsa partitura de John Williams
sonando por todo el metraje, Irvin Kershner rueda una ilustre space opera de aventuras, en la estela de La guerra de
las galaxias, pero con grandes dosis de filosofía Jedi, elementos
psicoanalíticos y excusas argumentales propias de la tragedia griega y del
folletín decimonónico. A lo que hay que sumar un punto de oscuridad moral y
ornamental que le viene estupendamente bien para aumentar la ratio de edad de sus posibles
espectadores. De hecho, entre el carácter aventurero de la primera película de
la saga y el carácter festivo (aunque repetitivo) del cierre de la trilogía (El retorno del Jedi), este film destaca con propiedad como el mejor
realizado y como el más profundamente pergeñado, tanto desde el punto de vista
narrativo como estético, tanto en sus aspectos técnicos como artísticos.
Además, la revelación final ha pasado con justicia a la historia del cine. Por
otro lado, El imperio contraataca
siguió despertando en toda una generación el amor por la tecnología, por los
efectos especiales y por el reverso tenebroso de la fuerza. Pero también por el
odioso merchandise, por obra y
gracia de comerciantes y artistas visionarios como George Lucas. Curiosamente,
la película coincide en el tiempo con el comienzo de la popularización del
ordenador personal, tanto del PC como del Mackintosh, creado por Wozniak y
Jobs, aunque los FX de este film son casi todos tradicionales.
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