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Entrañable
slasher de culto, estrenado a comienzos de la ultraconservadora
década de los ochenta, a la zaga del éxito de
Viernes 13 y
The Burning
y con el protagonismo absoluto de un campamento de verano, el campamento
Arawak, con los tipos característicos del lugar (adolescentes, monitores, PAS)
y testosterona por doquier. El
leit motiv
de la historia es tan simple como efectivo: un
sentimiento de venganza obliga a
asesinar, uno a uno, a diferentes personajes que pululan por la trama. Los
asesinatos son ciertamente curiosos, es decir, no son los habituales machetazos
del género. Aunque, por otro lado, algunos, siguiendo el tópico, están rodados
con cámara subjetiva. Por su parte, los efectos especiales son extrañamente
feroces, como el propio final de la película, uno de los más
bizarros y grotescos de la historia del cine. Visión añeja y nostálgica sobre una época, a
medio camino entre la indocilidad de los setenta y el conservadurismo USAmericano
de los ochenta (como muestra un detalle: una camiseta es del grupo
Blue Oyster Cult). Rodada por un
director y productor independiente, la humildad de la propuesta está
desarrollada coherentemente con diálogos de patio de colegio, unas
interpretaciones amateurs y un ritmo
a menudo parsimonioso, como de otra época y de otro mundo. Ciertamente no de
comienzos del siglo XXI.