Las zapatillas rojas es la
quintaesencia de las películas sobre el mundo del ballet. El guión, de
Powell y Pressburger, sintetiza el ambiente competitivo, ambicioso y altivo del
mundo de los artistas, en el que se introduce el argumento sobrenatural del
cuento de H.Ch. Andersen,
sobre unas zapatillas que permiten a su usuaria bailar sin desmayo. Sin
embargo, este aspecto sobrenatural se queda entre bambalinas porque lo
importante en este film es el amor y
los sacrificios que conlleva. La puesta en
escena, de una factura hollywoodiense pero a la vez europea, abigarrada y
barroca como pocas, aunque con unas gotas más de elegancia y sofisticación,
antecede a la que utilizó Hitchcock
en su regreso inglés, en Frenesí, y
también a la de Bava en Seis mujeres para
el asesino. Además, el tánden Powell/Pressburger despliega una direccion
artística que amplifica la obra pictórica de Edgar Degas, a la que se añade un glorioso Technicolor, sobreimpreso en el
celuloide gracias a un Jack Cardiff en estado de gracia. Los 15 minutos que
dura el ballet de “Las
zapatillas rojas” son asombrosos y han pasado a la historia como uno de los
mejores matrimonios entre el baile y el 7º arte (como la escena final “The girl hunt”, de Melodías de Broadway 1955, la escena del
bosque de Brigadoon, “Remenber my
forgotten men”, de Vampiresas 1933,
el comienzo de West Side Story o
algunas escenas de Fantasía). Una
auténtica maravilla, sobre un mundo alejado pero a la vez muy cercano.
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