Probablemente, la mejor de las
adaptaciones cinematográficas de una de las obras maestras escritas por el
siempre sutil pero artificioso Henry James. Jack Clayton encierra en una
mansión, en medio de la campiña inglesa, a una institutriz, sus dos jóvenes
pupilos y el servicio para contar una historia de fantasmas tan elegante como tétrica,
tan sofisticada como turbadora, tan fastuosa como sobria. Una auténtica “perla
de la ambigüedad”, como la ha llamado Neil Sinyard. Deborah Kerr compone un
personaje que recuerda a las heroínas de Shirley Jackson mientras que el resto
del reparto cumple a la perfección con sus papeles. En relación con el
componente plástico de la película, hay que señalar que, el luego director de
cine, Freddie Francis extrae todo el jugo misterioso y gótico tanto a la
mansión como a los jardines colindantes, mostrando al espectador una realidad
aparentemente onírica que el propio Clayton se encarga de dosificar
convenientemente para crear ese supense que el título en castellano ha querido
destacar (el título original fue The Innocents). El film se estrenó un
año después que La máscara del demonio,
de Mario Bava, y dos años antes que La
mansión encantada, de Robert Wise, con las que guarda ciertos parecidos.
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