Farsa sobre la industria de la música que, irónicamente, es un musical. Además, ostenta el elemento
fantaterrorífico añadido de incluir la trama básica de El Fantasma de la Ópera, obra cumbre de Gaston Leroux.
Irónicamente, Brian De Palma hace del film
un musical, para dar cabida a todos los elementos técnico artísticos que
necesita, incluyendo la representación de una opera-rock (de una “cantata”,
como la llaman en la película) basada en el Fausto
de Goethe, nada menos. Tanto la concepción de la producción como del desarrollo
de los elementos musicales (sin llegar a The Rocky Horror Picture Show) se basan em el art prog y en el rock progresivo de la época, con su característico
aprovechamiento de las posibilidades del LP mediante la creación del disco conceptual.
Por ello, el espectáculo musical está a medio camino entre los Genesis de Peter Gabriel, el Johnny Virgil de Kevin Gilbert o el Ziggy Stardust de David Bowie. La
historia, por cierto, es la típica fábula de ambición y corrupción pero el
resultado final, con todos sus elementos de novedad y modernidad, deja un muy
buen sabor de boca. Por cierto, igual no tiene nada que ver, pero justo un año
antes se había producido una versión televisiva del Dr. Jekyll and Mr. Hyde, con la particularidad de que también era un musical.
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