Tras unos títulos de crédito similares
a algunos del ciclo Corman/Poe y una primera escena calcadita de La máscara del demonio (curiosamente,
del mismo año), se esconde una pequeña joya del cine de terror de los sesenta.
Un cuento gótico contado con parsimonia y suficiente precisión narrativa, que
usa sabiamente la brujería y el culto a Lucifer en un ambiente muy bien
conseguido aunque limitado: un pueblo de Nueva Inglaterra
que parece sacado del mismo siglo XVII: niebla, cementerios, pasadizos secretos
y un Christopher Lee que se mueve con soltura en su sempiterno papel
mefistofélico. La película no asusta ni desasosiega pero está muy bien dirigida
por un autor a reinvindicar, el anglo-argentino John Llewellyn Moxey, que rodó
este film para la primera encarnación
de la mítica Amicus, la Vulcan Productions, antes de
convertirse en la principal estudio rival de la Hammer.
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