Fábula distópica que pretende ser
una ruda alegoría acerca de una humanidad deforme y decadente, post holocausto nuclear, y
que es, al mismo tiempo, una continuación, en toda regla, de la saga del
policía herido, Max Rockatansky. De forma coherente en relación con los títulos
anteriores, se muestra a un Mad Max torturado por sus sentimientos de culpa y
por sus traumas personales. Congruentemente, además, el film está rodado (espectacularmente rodado, por cierto) por un
septuagenario George Miller, quien consigue insuflar a una historia
marcadamente visual y a un guión acertadamente equilibrado, un pulso y una
vigorosidad como hacía tiempo que no se veía en la pantalla grande. Además, Miller
da un paso más allá en la trama de la serie, colocando a Max en un segundo
plano (detrás de una entregada Charlize Theron), embelleciendo todo el diseño
de producción (al margen de esa estética retrocutre de las tres primeras
partes), obviando al Interceptor (que
tan buen papel ha jugado en la saga) y, sobre todo, haciendo que la humanidad
se mate, no por la gasolina, como en otras entregas previas, sino por el agua,
haciendo, así, una relectura de algunos subproductos videocluberos similares, frutos
todos ellos del último ramalazo de la Guerra Fría, el ghost in the shell detrás de la ultraconservadora década de los ochenta. Por cierto, la película tiene elementos paródicos (como el personaje-guitarrista) pero ¿qué parte de la saga no los ha tenido?
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