Ernesto Gastaldi ha escrito que
un giallo no es un thriller, ni una historia detectivesca,
ni una película de suspense o un film
de horror… pero que puede ser cualquiera de estas cosas. O bien, todas a la
vez. Esto es, precisamente, lo que le ocurre a este oscuro y maldito giallo italiano, protagonizado por la
hipnótica Mimsy Farmer (que acababa de trabajar con Argento en Cuatro moscas sobre terciopelo gris), rodada,
al parecer, en solo 8 semanas y una obra maestra en toda regla. Sin ningún
punto de contacto con la novela de Gaston Leroux de mismo título, Francesco Barilli
construye una atmósfera de paranoia traumática terrible, a base de múltiples
detalles y simbologías, a plena luz del día, en exteriores, pero también en los
maravillosos interiores donde se desarrolla la trama, estupendamente
fotografiados por un tal Mario Masini, con un estilo y una iluminación que
recuerdan a los de los maestros Dario Argento y Mario Bava. Conviene no revelar
nada del argumento, un tanto hitchcockiano,
porque se puede revelar la sorpresa brutal que supone el visionado del film pero sí que se puede adelantar que
la película es tremendamente barkeriana
y polanskiana… Así que atención al
terrible y apocalíptico final (un final, por cierto, que recuerda al de Escalofrío, de Carlos Puerto).
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