No es exactamente un Western. Es,
más bien, un western histórico, nada
menos, ambientado en esa compleja y extrañísima revolución mexicana, que tan querida
fue para el llorado Ambrose Bierce, tal y como cuenta Carlos Fuentes en su
novela sobre el gringo viejo. Estamos ante la segunda parte de la segunda
trilogía que compone la filmografía de su admirado creador y ante todo un canto
nostálgico a las propias ideas marxistas de su director, Sergio Leone. En el
reparto, dos caras conocidas, James Coburn y Rod Steiger, asombrosamente
fagocitados por sus personajes. En pantalla, una historia compleja sobre la
traición (sujeto típico del género), sobre todo tipo de traiciones, narrada en
dos líneas temporales (una de ellas meidnate flashbacks), y replea de ideales sociales y de escenas de lucha
política. En el plano del significado, la elección de Villegas es la idea
principal del film: solo cuando se
cree realmente en la justicia y en la igualdad, uno está dispuesto a morir. Como
corolario, Leone desliza un “segundo beso” al final de la película. Una obra
mutilada hasta la extenuación pero que, aún así, conserva todo su explosivo poder
de atracción. Por cierto, en la partitura alterna varios motivos musicales,
compuestos por el gran Ennio Morricone, entre épicos, románticos y dramáticos. Y
como curiosidad, hay un corte que luego sería remodelado y actualizado por el
propio compositor para su maravillosa soundtrack
de Los intocables de Eliott Ness.
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