Una de las tres películas que
dirigió el gran actor USAmericano y un auténtico descubrimiento. Un film de suspense y de acción pero
también de denuncia, estrenado en la irredenta década de los setenta, y con
varias y generosas virtudes. El argumento es el siguiente: un padre está de
acampada con su hijo y, una mañana, el chaval se despierta sangrando y con
convulsiones. El padre (el propio Scott) se lo lleva al hospital y, poco a
poco, comienza a descubrir una siniestra conspiración de médicos y militares que
intentan esconder un vertido de gas nervioso accidental en las montañas
cercanas. El padre, al enterarse de eso pero, también, al descubrir horrorizado
lo que le ha ocurrido a su hijo, decide armarse hasta los dientes y tomarse la
justicia por su mano. Mirando hacia adelante con ira. Pero él también está
sufriendo las consecuencias de haber inhalado ese mismo gas…. Una película
bastante olvidada y oscura pero muy estimable, con cualidades estético
artísticas evidentes y con un buen pulso narrativo que, además y sobre todo,
deja para la posteridad varias excelentes interpretaciones, incluyendo la del
ganador del oscar, el grandísimo George C. Scott, que, además, tiene un par
escenas gloriosas que pueden entroncarse, incluso, con Terminator.
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