Clásico indiscutible del cine
fantaterrorífico español de todos los tiempos, La torre de los siete jorobados es, además, una de las obras maestras de su director, el más Hollywoodiense de los cineastas españoles, el
orondo Edgar Neville. Pero claro, con el texto de base no era difícil hacer una
película tan interesante como la que hizo el autor de La vida en un hilo. Escrita por Emilio Carrere (ese “sociólogo de
la media tostada”, ese “antropólogo de campo, café, copa y puro”, que supo
captar la bohemia madrileña con la precisión de un Sawa o de un Valle Inclán),
la novela es una eficaz historia de suspense y misterio sobre una sociedad
secreta que vive en las catacumbas madrileñas de finales del siglo XIX. La
forma en que el protagonista accede a ese mundo y el desenlace acerca de esa intersección
de un mundo de pacotilla con un mundo siniestro descansa en una trama galante y
cuasi melodramática, donde la influencia de la Radcliffe no parece muy alejada.
Enorme Guillermo Marín, por cierto.
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