Tercera ópera prima de Julio
Medem, tras las maravillosas Vacas y La ardilla roja, y un film tan desconcertante como
potencialmente sorprendente. Visualmente, la película está muy cuidada y todo
mantiene la tonalidad del vino, de la tierra árida y de la calidez mediterránea;
narrativamente, la historia es lineal pero el director introduce varias
discontinuidades originales (como el tema de los ángeles o las reflexiones
espacio-filosóficas); conceptualmente, la obra es arriesgada, manejable y
personal, como una cochinilla; y la puesta en escena denota una personalidad
cinematográfica que, tiempo más tarde, por desgracia, se ha ido inexorablemente
apagando. Como es una película española, aunque propia de los nuevos creadores
que surgieron, a comienzos y mediados de los noventa, con la generación X, JASP
o MTV, todo gira en torno a la pulsión sexual y al erotismo. De hecho, la obra
tiene una escena sexual de lo más chocante. Por cierto, de canteras como estas salieron
los actores de la penúltima nueva hornada del cine español (Carmelo Gómez,
Silke, Karra Elejalde o Nancho Novo). Desde muchos puntos de vista, estamos
ante la obra maestra de su director.
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