En un ambiente bucólico del countryside inglés, típicamente british, un anciano Sherlock Holmes
acaba de regresar de Japón y comienza a recordar su último caso. Corre el año
de 1947 y sus facultades intelectuales y deductivas comienzan a sufrir los
rigores de la edad. Una película muy sofisticada, por la diversas líneas
narrativas que se fusionan en la trama (la del presente en , la de los
recuerdos de Holmes en Japón y la de la historia que él mismo está escribiendo
y que está siendo leída por el hijo de su nueva housekeeper) y un argumento muy complejo y de hermosas resonancias
pero resuelto todo con mucha sobriedad y precisión por un Bill Condon en estado
de gracia. Una hazaña cinematográfica que recuerda, sin duda, a la de Resnais y
su Providence, protagonizada por un
maestro de Sir Ian McKellen, John Gielgud. Como curiosidad, además de los
múltiples homenajes a las novelas y a las películas del mito, en el film aparece una película inventada que
está protagonizada por Nicholas Rowe (el protagonista de Young Sherlock Holmes). Una película que, aunque muy diferente en
temática y naturaleza, puede verse junto con otra maravillosa película del
director: la revolución sexual y humana de Alfred Kinsey, estrenada en 2004
pero referida a unos hechos de 1948. En definitiva: un homenaje inteligente,
emotivo y muy respetuoso con El Canon. Puede decepcionar un tanto pero eso depende, por supuesto, de las espectativas de cada espectador.
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