Lovecraft decía que “the oldest and strongest emotion of mankind is fear”,
especialmente el miedo a lo desconocido. Y el ser humano, no todos pero sí casi
todos, se han sentido atraidos por las distintas formas de representar el
terror, tanto en literatura como en las artes plásticas o el cine. Sobre los
rituales, sobre los dioses antiguos y sobre los sacrificios, especialmente a
los que el maestro de Providence llamaba los Great Old Ones. Una película que rompe las reglas, los moldes de
varios géneros (terror, ciencia ficción, comedia), donde no se sabe muy bien
qué va a pasar a continuación pero que, en última instancia, se sostiene sobre
un guión que de tan sofisticado que es por momentos se muestra parcialmente
inverosímil. Por otro lado, como en Muerte
entre las flores, hay demasiados detalles que encajan muy forzadamente y
que, además, continuamente llaman la atención del espectador sobre la
naturaleza titiritera del producto. En última instancia, la película es una
muestra de lo que podríamos llama terror metaficcional, como la
interesante Detrás de la máscara: El encumbramiento de Leslie
Vernon. De hecho, desde
una posición típicamente postmoderna (autoconsciencia
irónica), el film está repleto de
múltiples referencias a los mitos del terror de varias culturas y de varios
lugares (desde el hombre lobo hasta Cube,
desde el payaso de It hasta la obra
de Clive Barker), además de a varias películas, especialmente a Posesión infernal Viernes 13 y a los clásicos slasher
de la ultraconservadora década de los ochenta. Es decir, lo mismo que Joss Whedon está realizando con la space opera.
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