La mosca original, la de 1958, tuvo sus continuaciones, como todos
sabemos. Además del gran remake que
se marcó el David Cronenberg en 1986. En este
caso, en esta secuela de 1965, tenemos al viejo doctor Delambre volviendo a
experimentar con mutaciones y cosas de esas, con la presencia de una jovencita
que pulula por el lugar y que hará también sus pinitos. La verdad es que el
guión es cojonudo, los efectos especiales una maravilla, las interpretaciones
espectaculares y la tensión y el terror atrapan a su espectador campando a sus
anchas… No, en serio: es un basurón de los buenos.
Y eso que tras la cámara está nadie menos que Don Sharp. Lejos quedaron, por
tanto, los Kurt Neumann y los James Clavell: aquí no tenemos talento ni entretenimiento
ni suspense alguno. Solo bostezacos y medias sonrisas. Aunque pueda despertar
cierta simpatía o cierta nostalgia,
en calidad y en resultados recuerda un tanto a La mujer avispa: esa psicotronía cómica del gran Roger Corman,
rodada, curisamente, al calor del éxito de la mosca original.
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