Siguen las zafio andanzas del
personaje más casposo del cine español (no del todo original, por cierto), con
más pena que gloria y sin ningún tipo de enseñanza y/o moraleja. A una sucesión
de gilipolleces para makokis, chonis y calorros, Santiago Segura añade una
sucesión infinita de cameos (con buena parte de la caspa del país) y cuñas de
publicidad de todo tipo, con muchas explosiones intelectuales (de esas que
entusiasman al americano medio como Homer Simpson) y todo tipo de gracias pedestres
y chabacanas. El problema de este tipo de cine es que hay un momento en que la
parodia se transforma en guiño e, incluso, en homenaje, dejando su humor en un
terreno intermedio entre una crítica más supuesta que efectiva y el afecto más rancio. Totalmente prescindible, como sus consiguientes y consabidos precedentes
y continuaciones.
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