En la anterior entrega,
el pequeño Tommy Jarvis se hizo pasar por Jason Voorhees como estrategia
psicológica defensiva para poder acabar con él de una forma despiadada. En este
nuevo comienzo, un ya adulto Travis desarrolla una personalidad
traumatizada, tiene alucinaciones y es ingresado en Pinehurst, un hospital para adolescentes
con trastornos mentales. Por otro lado, parece que Jason está continuando su
infinita venganza, curiosamente cerca del mismo hospital, aunque unas marcas
rojas o azules en la máscara de hockey pueden dar una buena pista. Danny
Steinmann, el director de Gemidos en la
oscuridad y de Calles Salvajes,
una auténtica actionpunk movie, tiene que hacerse con un material
infumable para perpetrar este fake
regreso del asesino psicópata de Crystal Lake, cuya característica más notoria
es su cronología indeterminada (no se conoce cuánto tiempo
ha pasado, en qué estación del año se desarrolla o qué día de la semana es). En
todo caso, el equipo técnico-artístico intenta elevar el nivel de originalidad
en el diseño de los crímenes, en la explicitación de la violencia y en el paseo
de desnudos gratuitos aunque, por otro lado, también hay crímenes calcados a
otros anteriores, lo que demuestra una ejecución rutinaria. En la última
escena, la transformación que se intuía al final de la cuarta entrega, se llega
a materializar, cerrando el círculo del transtornado personaje interpretado por
Corey Feldman (quien, en esta entrega, solo aparece en un cameo porque estaba
rodando Los Goonies). Como
curiosidad, en una escena televisiva un par de personajes están contemplando Un lugar en el sol, de la misma
productora que toda la saga, la Paramount,
que venía ingresando su periódica remesa de dólares del box office con una saga aparentemente sin fin.
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