2.5*
Última parte de la tetralogía
templaria de Amando de Ossorio y, probablemente, la más redonda de todas ellas,
una especie de mixtura entre el
Dagon
lovecraftiano,
La noche de los muertos
vivientes y el imaginario espectral creado por el director gallego. No por
casualidad, el
film tiene ciertos
puntos de contacto con la mejor de las producciones de la Fantastic Factory en
España, la película de Stuart Gordon basada en “La sombra sobre Innsmouth”. El
director cuenta con
mejores medios (tampoco muchos), mejores actores, un guión
más elaborado, sus típicos
estilemas
visuales (como la cámara lenta peckinpahiana) y la música de Antón García
Abril. El resultado, sin ser una de las mejores producciones fantaterroríficas
del país, sí que es un
film estimable
por su atmósfera y por algunos aciertos parciales, aunque, a su pesar, la trama
adolece de un ritmo pomposo, ya del todo caduco, así como de multitud de puntos
muertos. En todo caso, en conjunto, la película merece un aprobado por el
difícil contexto en el que se rodó, por el tosco talento de su director para
contar una historia de
cultos primigenios y por las magníficas resonancias que
produce en el espectador (esas gaviotas que vuelan de noche, esos sacrificios
en la playa, ese monstruo que come corazones sangrantes, etc.).