Aprovechando la infraestructura y
el impulso de Samuel Bronston, Eugenio Martín recibe el encargo de rodar un film de terror con un argumento
sorprendente: un antropólogo inglés descubre un fósil congelado en las montañas
de Manchuria y decide llevárselo a Londres, metido en una caja, usando el
mítico Transiberiano. En el trayecto, en un ambiente de comienzos del siglo XX
y con una galería de personajes secundarios extraordinaria (desde la Condesa Petrovski
hasta una especie de Rasputín, pasando por el Doctor Wells), una serie de
cadáveres comienzan a aparecer, con los ojos inyectados en un blanco maléfico
pero sangrantes a su vez, con lo que la intriga, el misterio y el suspense no
se hacen esperar. Clásico del fantaterror
español, con elementos extraídos de la ciencia ficción (nada menos que del
mismo texto que inspiró La cosa de
John Carpenter) y un film muy digno
para la época en que se rodó y se estrenó (en este sentido, por supuesto, los
efectos especiales y los maquillajes se han quedado un poquito añejos, aunque
siguen siendo muy estimables, sobre todo los artefactos ópticos así como las
maquetas utilizadas). En la misma línea, conviene recordar obras tan interesantes
como El esqueleto prehistórico o En el corazón de la tierra. Como elementos
destacados, hay que citar los apropiadísimos papeles de Peter Cushing,
Christopher Lee y Alberto de Mendoza, así como los de las féminas Helga Liné o
Silvia Tortosa. Pero el reparto completo, repleto de secundarios, hace glorioso
el visionado de este tour de force de cine fantástico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario