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Durante muchos años, Francis Ford Coppola había acariciado
la idea de adaptar
El corazón de las
tinieblas, uno de los relatos más inquietantes del escritor Joseph Conrad.
Por eso, tras encadenar la primera parte de
El
Padrino,
La conversación y su
tercera obra maestra,
El Padrino II,
Coppola, en la cima de la popularidad y el
reconocimiento crítico, decide sacar
adelante este proyecto, tanto tiempo acariciado, transformándolo en la primera producción
de su recién inaugurado estudio,
Zoetrope.
Coppola escribió el guión sobre el borrador original de John Millius, con una
mezcla muy fiel de elementos originales de la novela pero trasladados a la
guerra del Vietnam, multitud de variaciones y, también, influencias dispersas de T.S.
Eliot,
La rama dorada e, incluso,
Kipling. Tras más de 16 meses de
rodaje infernal en la Filipinas de Ferdinand Marcos,
Coppola tuvo que montar una primera versión seleccionando de entre más de 200
horas de filmación. De hecho, la edición final de la película llevó casi dos
años más. El resultado,
Apocalypse Now,
es una película meándrica, sinuosa, como el propio río que debe remontar el
capitán Willard (Martin Sheen) para localizar y eliminar al coronel Kurtz
(Marlon Brando), una especie de semidios de la guerra que resulta antipático a sus
superiores y que ha experimentado
el verdadero horror. En el plano técnico, Coppola apoyó su historia en una impactante fotografía de Vittorio Storaro y en un diseño de producción creado por
Dean Tavoularis, además de contar con una BSO mítica –con fragmentos de
The Doors y de Richard Wagner- y una
excelente producción de sonido. En el plano artístico, y una vez rechazado
Harvey Keitel para el papel de Willard, el reparto quedó conformado por unos
enormes Marlon Brando y Martin Sheen. Además, el
film cuenta con un prodigioso Robert Duvall (completan el reparto,
Sam Bottoms, Laurence Fishburne, Frederic Forrest,
Dennis Hopper y Harrison
Ford). Esta versión, ampliada hasta los 202’ (desde los 153’ de la versión original
de 1979), no hace sino acrecentar los meandros y recodos del río que recorría
la versión anterior, añadiendo la excepcional escena de la plantación francesa, entre otras.
Una película enorme, desmesurada, incluso grandilocuente, como buena parte de
la filmografía de su autor; una película que acaba resultando un alegato
antibélico simplemente mostrando la
lógica
destructiva, absurda e irracional de la guerra, incluida la de Vietnam, cuyas
consecuencias en los soldados usamericanos ya habían sido retratadas en la
extraordinaria
El cazador, de Michael
Cimino (1978).