Muy mediocre producción de ciencia ficción (aunque con más ficción que ciencia) y que
temáticamente se sitúa entre Robocop
y Terminator, aunque sin el talento
ni los medios de ninguna de ellas. Y, por supuesto, sin sus resultados artísticos.
Rodada en Dallas, la película fue estrenada a finales de la ultraconservadora década de los ochenta. Veámos algunos de sus logros: el guión y
los diálogos son absurdos y torpes; las interpretaciones, muy mediocres; la
capacidad narrativa brilla por su ausencia (algunas escenas son muy largas y
otras muy cortas); la música es francamente irritante; los efectos especiales,
de saldo; y, la acción, conseguidamente demencial. Lo mejor del producto es, sin duda, el cartel anunciador.
A mediados de los ochenta, se recuperaron 5 de los
mejores logros cinematográficos de Alfred Hitchcock. Entre estas famosas 5
obras perdidas estaba La ventana
indiscreta. Otra de ellas era Vértigo.
Los reconocidos escritores de literatura criminal Boileau y Narcejac escribieron
la novela sobre la que el horondo director rodó esta fascinante historia de
amores y obsesiones condenados: D'entre les morts. El
argumento se centra en la historia de Scottie (James Stewart), un detective retirado al que un antiguo compañero de universidad le pide el
favor de que investigue el extraño comportamiento de su mujer (Kim Novak). Con un
erotismo constante y un marcado regusto fantástico (que se nota desde el diseño
del vestuario hasta las localizaciones, la música y el uso del color), el maestro inglés
consigue engañar y perturbar al espectador moviendo a los personajes por un San Francisco onírico, casi quimérico. Además, llega a crear esa sensanción de
vértigo, la misma que sufre el protagonista. Dicho efecto se consiguió mediante
el famoso contra-zoom de Irmin
Roberts. Una película neblinosa y cautivadora, que ha influido con decisión en
parte del cine posterior. Fascinación,
de Brain De Palma, es una buena muestra de ello pero incluso en Hermanas, Una historia perversa o Arma
Letal 4 se puede apreciar la sombra de Vértigo.
Sin embargo, por poner dos pegas (junto a los habituales errores de
continuidad), igual el casting no fue
del todo adecuado porque ni James Stewart ni Kim Novack resultan absolutamente
convincentes ni entregados. Por otro lado, vistas ahora, algunas escenas
resultan un tanto kitsch (como la del
sueño). Finalmente, el personaje de Stewart, al no poder dejar atrás el pasado
de una relación amorosa muy intensa pero breve, demuestra ser una mezcla no del
todo atractiva de asexualidad patológica, fetichismo necrófilo y, por supuesto, obsesión emocional.
Adaptar la
novela picaresca de Tackeray, Memorias de
Barry Lyndon, Esquire, parecía una arriesgada empresa que, finalmente, el
director USAmericano Stanley Kubrick acometió con decisión y bastante acierto,
si bien con una cierta simplificación (especialmente del personaje
protagonista, que en la novela era reaccionario y cínico) y bastante distancia
emocional. Durante varios años, Kubrick fue desarrollando un guión, que
tardaría en rodar y en montar aproximadamente dos años. La historia, similar a
un proyecto que quiso rodar sobre Napoleón (a quién el director admiraba por su
racionalidad y perfeccionismo), permitía una narración prolija en aventuras y
situaciones así como en vestuario y localizaciones (ya que los decorados
estuvieron prohibidos en toda la
película). De hecho, la dirección artística es una de las maravillas del film,
como en Los duelistas, película con
la que guarda bastantes similitudes. Sin embargo, hay que constatar que sin las
partituras de Rosenman algunas de las escenas no hubieran funcionado
correctamente porque resultan excesivamente frías. Por otro lado, la dirección
abusa de un recurso cinematográfico, repetido varias veces, para bidimensionalizar el espacio: una
estampa enfocada en un plano medio que, con un zoom inverso (para atrás), se abre a un plano general o, incluso, a
una panorámica (como ya había hecho en La
naranja mecánica). De este hecho proviene el carácter pictórico de buena
parte de la película. Al contrario de lo que se suele afirmar, además de lentes
especialmente diseñadas para captar la iluminación de las velas, John Alcott contó
también con iluminación artificial para las escenas nocturnas y de interior, renunciando a varias capas de profundidad en el campo visual.
Georges Iscovescu (Charles Boyer), un antiguo gigoló, es ahora
un inmigrante rumano que está esperando en un pueblo de la frontera de México (Tijuana)
para entrar legalmente en USAmérica. Un día, su antigua compañera de baile
(Paulette Goddard) le encuentra y le sugiere la idea de que se case con una
profesora (Olivia de Haviland) para adquirir la nacionalidad. Sobre esta
premisa, Mitchell Leisen rueda una emotiva historia acerca de los sueños dispares
de un hombre (atrapado por su pasado) y de una mujer (atrapada por su presente)
que, para nuestro regocijo, acaban confluyendo. Toda la película está narrada a través de un flash back que el propio
protagonista cuenta de viva voz a un director de cine (el propio Leisen), en
pleno rodaje con Veronica Lake y Richard Webb, y al que le está intentado
vender la historia de su vida, una artimaña narrativa que recuerda a la de El crepúsculo de los dioses. No por
casualidad, el guión es del tándem Brackett-Wilder. El final, que recuerda a la
obra maestra de Rosselini, Te querré
siempre, es de una modernidad aplastante, por su juego con la elipsis y
porque evita hacer caer el desenlace en ese pozo de la ridiculez melodramática que
tanto hemos sufrido como espectadores. La música de Victor Young ayuda a que todo esté en su sitio.
Bizarro y
absorbente giallo de Pupi Avati, un
director relativamente desconocido pero con una buena paleta de historias en su
haber. La película es de 1976 y gira en torno a las investigaciones del
protagonista en un pequeño pueblo cerca de Ferrara, en el Delta del Po. Ha sido
contratado para restaurar un fresco sobre el martirio de San Sebastián, obra de
un insólito pintor local que vivió atormentado por la agonía de la muerte y sus
efectos. Sin embargo, extraños sucesos le pondrán sobre la pista de un terrible secreto. Avati rueda un malsano y escabroso thriller,
sucio y desconchado, teñido con los colores ocres del mundo rural y bajo la
influencia de una concepción explícita de la pulsión sexual. Y lo hace con una
inusitada pericia cinematográfica y una osada concepción del movimiento de
cámara, de una riqueza y variedad admirable (ojo al travelling circular con espejos). De evidentes conexiones con la
escuela terrorífica italiana (pensemos, por ejemplo, en el surrealista giallo de Giulio Questi), el film puede ser emparentado, también, con
The Wicker Man y, especialmente, con
el mundo de David Lynch, poblado de personajes raros, extravagantes, que
normalmente ocultan su truculencia debajo de una falsa capa de normalidad. Finalmente, la película brota como un producto heterodoxo y desasosegante, como ha escrito Roberto Cueto en El giallo italiano. Por otro lado, y aun riesgo de parecer superficial, también recuerda a ese experimento literario de Gustave Flaubert que fue La tentación de San Antonio.
La joven Ree Dolly (Jennifer Lawrence) debe hacerse cargo de sus hermanos y de su enferma
madre. Además, recibe el aviso de que si su padre, un pequeño traficante recién
salido de la cárcel, no se presenta ante el juez, la familia perderá la casa.
Entonces, Ree deberá explorar el ambiente criminal en que se mueve su padre
para averiguar donde se encuentra. Sobre una estructura de Thriller (como en Brick)
y en un ambiente que es puro Western
(como en Frozen River), Debra Granik
construye una historia directa de pura supervivencia, cine social y cine noir a partes iguales (como la
australiana Snowtown) y con unas
interpretaciones antológicas, repletas de contención y credibilidad
(particularmente la de la protagonista y la de John Hawkes). Y eso que muchos
de los actores no son profesionales. Además, Granik sabe dejar el espacio que
necesitan los personajes (la cámara se mantiene en un respetuoso segundo plano)
y el tiempo y el ritmo que requiere la trama, como en su anterior drama sobre la drogodependencia, Down to the Bone. El film se desarrolla en los Ozarks de Missouri, una de las zonas más
miserables de la USAmérica rural, saciada de una pobreza y una indigencia redneck (como la de Ohio y tantos otros
lugares), que ya ha sido retratada en múltiples historias Indie, como en Gummo, de
Harmony Corine, en la gran Southern Literature que va de Faulkner a Cormac McCarthy, o en esas crónicas
descarnadas pero empáticas de Joe Bageant. El retrato se completa con un poco
de bluegrass, unas gotas de country, algo de speed, violencia, el despellejamiento de una ardilla, mucho
lenguaje sucio, banjos y un happy ending
que no termina de funcionar.
Como decía David Bordwell, después de ver una película,
la gente tiene la costumbre de hablar sobre ella. Y, si se ha visto en grupo,
normalmente se continúa con un debate sobre las virtudes y los errores de la
película en cuestión. Evidentemente, en el caso de la última película de
Quentin Tarantino, el debate sigue abierto y las razones para ensalzarla o para
criticarla todavía se esgrimen entre entendidos o entre simples
espectadores. Y no es para menos. Django
Unchained tiene la suficiente sustancia filosófica y moral para suscitar
todo tipo de discusiones. El guión, escrito por el propio Tarantino, se sumerge
con audacia pero sin frivolidad en el USAmericano y esclavista Sur de finales
del siglo XIX para contarnos una historia de venganzas con pretensiones míticas.
La historia, llena de acción, diálogos ingeniosos, humor, violencia de videojuego,
varias interpretaciones memorables y diversos giros dramáticos, se sostiene
sobre una labor de dirección y de montaje apabullante. Se nota que The Weinstein Company se vuelve a jugar
el resto. Sin embargo, una vez más, son los aspectos fílmicos y visuales los que destacan especialmente (por ejemplo, la imagen de sangre salpicando el algodón posee una fuerza poética arrolladora). De hecho, la cinefilia del director de Tennessee, en concreto, aflora por cada
poro de la película, enlazando Western
europeo (Sergio Corbucci), Western
blaxploitation (Fredd Williamson), mondo (Adiós tío Tom) y elementos del subgénero Southern (a la cabeza del cual podría
estar El seductor, una de las obras
maestras de Don Siegel) en un todo absolutamente disfrutable aunque, a la
postre, no del todo satisfactorio. En el sentido de que, aunque Tarantino
apunte alto, no consigue sorprender como lo hizo con Pulp Fiction, donde el contenido de la forma estaba más pulido, era
más cotidiano y, por tanto, el producto final era más convincente. En todo
caso, como segunda parte de una trilogia que podría comenzar con Malditos bastardos, resulta una gozosa y
muy tarantiniana parodia, convenientemente apostmodernada,
a diferencia de su Jackie Brown, en
la cual la valentía artística de Quentin terminó por imponerse frente a la simple
repetición de su exitoso estilo previo.
Un año después
de la conocida adaptación de la obra de Carrere, La torre de los siete jorobados, Edgar Neville estrenó La vida en un hilo. Cuenta la historia
de Mercedes (Conchita Montes), que conoce en un tren a una vidente que le
explica cómo hubiera sido su vida si en vez de casarse con Ramón (que acaba de
morir), se hubiera casado con Miguel, al que se encuentra en Madrid en una tarde
de lluvia. Pero en vez de subirse a un taxi con él, conoce inmediatamente a su
futuro marido, Ramón (Guillermo Marín), un miembro de la alta burguesía del
país, a la que la mirada de Neville trata con mordacidad y sentido crítico. La
revelación implica que en vez de una vida convencional y simplona al lado del
tal Ramón, constructor de puentes, Mercedes hubiera podido llevar una vida más
alegre, feliz y satisfactoria, al lado de Miguel (Rafael Durán, el Charles
Boyer español), ingenioso y artista. Simpática y ligeramente ácida comedia a la
española donde Neville, el más hollywoodiense de nuestros directores de la
época, construye una narración que va saltando, del pasado al presente y de la
realidad a lo que hubiera podido ser, con maestría y ritmo, aunque el happy end es de lo más inverosímil.
Gerardo Vera y Peter Howitt rodarían, bastantes años más tarde, dos especies de
remakes con Una mujer bajo la lluvia y Dos vidas en un instante, respectivamente.
Mario Bava en estado POP. Diabolik (John Phillip Law), un
ladrón que podría ser de guante blanco si no fuera por su despreocupación por
las vidas ajenas, en la línea de Fantômas, está enamorado profundamente de su
bella partenaire (Marisa Mell), y se
dedica a robar todo cuanto se le pasa por la imaginación (dinero, joyas),
llevando de cabeza al cuerpo de policia y a las autoridades de un país
indeterminado. El mundo del hampa se pone de acuerdo con el Inspector Ginko (Michel
Piccoli) para frenar los pies de Diabolik, con lo que se multiplican los
problemas para nuestro anti héroe. Mario Bava dirige una película que es
absolutamente pop(ular) por varios motivos: por la configuración de los
personajes (ese Arsenio Lupin con elementos de The Mask, de James Bond y de Batman), por la estructura de la trama
(comprensible como una canción de Christy o de Beastie boys), por una planificación
y un montaje más cerca del strip cartoon
que del cine convencional (no por casualidad, el film está basado en un exitoso cómic italiano de las hermanas
Giussani), por su sofisticado erotismo y, finalmente, por una concepción estética excesivamente cercana a varios modelos de uso corriente en determinados subgéneros (en este sentido, por ejemplo, el diseño de producción, sesentero,
está francamente alejado de la realidad, por su colorismo, naturaleza kitsch y espíritu psicodélico, con en algunas películas de la saga Bond o similares). Sin
embargo, Bava no termina de acertar con el ritmo de la historia, que está
lastrado por algunos puntos muertos y bajones, pero sí con el hecho de
incorporar al producto una capa de subversión, lo que tumba de inicio todas las
críticas que tachan de frívolo al film.
Por otro lado, el final acierta tanto por su indefinición como por subrayar un
elemento sobrenatural que, hasta ese momento, solo se había sugerido.
Versión hiper violenta, hiper cruel e hiper sangrienta de
El sótano del miedo mezclada con la
saga Saw y con La habitación del pánico. No por causalidad, el director es el
guionista de buena parte de la saga de Jigsaw. Una película de terror muy
efectista y cuasi sobrenatural, llena de trampas y errores que, sin embargo,
consigue desasosegar un tanto al espectador con su, por momentos, conseguida
mezcla de thriller y horror. Las
intepretaciones son de lo más normalitas, tiene los diálogos justos y el montaje,
por momentos, es un tanto caótico. El acierto fundamental de la película, sin
embargo, es el juego del ratón y del gato entre el asesino y la víctima, un
juego que te puede mantener en vilo buena parte del metraje. Aunque mejor sería
hablar de los movimientos desesperados de una mosca en la tela de una araña. Unos
ojos inhumanos, furtivos,inexpresivos, de un negro insensible y profundo, junto
con la máscara retorcida del sádico criminal, hacen el resto. De hecho, el
criminal es muy efectivo por su naturaleza híbrida: a un típico psychokillerslasptick se le unen las cualidades de Máquina, el perverso
criminal de Asesinato en 8mm, y de
Bufallo Bill, de El silencio de los
corderos. En 2012, el director, Marcus Dunstan ha estrenado una secuela por
todo lo alto y similares logros, The
Collection, con más sangre y más personajes.