No son los Critters. No son los Ghoulies. No son los
Goblins. Son los Gremlins, unos seres de origen asiático que tienen una
importante serie de handicaps: hay que cumplir una breve pero inflexible lista
de normas si queremos que convivan felizmente con nosotros. Y, si
se incumplen algunan de esas normas, las cosas pueden torcerse muy mucho. Un
alocado padre inventor regala a su hijo por Navidad un pequeño ser llamado
Gizmo (un Mogwai). Al poco rato, el descuido y las circunstancias hacen que el
entrañable ser se reproduzca y de origen a unas extrañas vainas (una especie de
huevos, como los de Alien o los de La invasión de los ladrones de cuerpos),
de las que, al cabo de un rato, emergen, como si de mariposas se tratase, unos seres ingobernables y muy bandarras. Si Gizmo representa el bien, estos
maléficos seres encarnan el mal (maniqueísmo moral muy en boga en la
ultraconservadora década de los ochenta y deudora directa de la moralina propia
de Star Wars y de las producciones made in Spielberg). Antes de Tim Burton,
Joe Dante ya regalaba a los espectadores fábulas morales navideñas, llenas de
maldad y subversión, duras en la superficie pero tiernas en el interior, y con
un mensaje poderoso y atemporal: los seres humanos somos mucho más infantiles
de lo que aparentamos. Por eso, no podemos hacernos cargo de cualquier forma de
vida que pueda caernos en las manos. Guiños cinéfilos a destajo, una BSO
conseguidamente creepy (de Jerry
Goldsmith, nada menos), una iluminación tenebrosa (subrayada por continuos
contrastes de color) y un acertado crescendo
redondean la entretenida y divertida propuesta, que tuvo su continuación.
He disfrutado mucho de la crítica y acordándome de la película tan divertida que es. con el tiempo incluso me parece que los gremlins malos tienen una sonrisa bonita :)gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario! Bonita igual no pero sí contagiosa! Saludos, Anónimo.
Eliminar