Georges Iscovescu (Charles Boyer), un antiguo gigoló, es ahora
un inmigrante rumano que está esperando en un pueblo de la frontera de México (Tijuana)
para entrar legalmente en USAmérica. Un día, su antigua compañera de baile
(Paulette Goddard) le encuentra y le sugiere la idea de que se case con una
profesora (Olivia de Haviland) para adquirir la nacionalidad. Sobre esta
premisa, Mitchell Leisen rueda una emotiva historia acerca de los sueños dispares
de un hombre (atrapado por su pasado) y de una mujer (atrapada por su presente)
que, para nuestro regocijo, acaban confluyendo. Toda la película está narrada a través de un flash back que el propio
protagonista cuenta de viva voz a un director de cine (el propio Leisen), en
pleno rodaje con Veronica Lake y Richard Webb, y al que le está intentado
vender la historia de su vida, una artimaña narrativa que recuerda a la de El crepúsculo de los dioses. No por
casualidad, el guión es del tándem Brackett-Wilder. El final, que recuerda a la
obra maestra de Rosselini, Te querré
siempre, es de una modernidad aplastante, por su juego con la elipsis y
porque evita hacer caer el desenlace en ese pozo de la ridiculez melodramática que
tanto hemos sufrido como espectadores. La música de Victor Young ayuda a que todo esté en su sitio.
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