La joven Ree Dolly (Jennifer Lawrence) debe hacerse cargo de sus hermanos y de su enferma
madre. Además, recibe el aviso de que si su padre, un pequeño traficante recién
salido de la cárcel, no se presenta ante el juez, la familia perderá la casa.
Entonces, Ree deberá explorar el ambiente criminal en que se mueve su padre
para averiguar donde se encuentra. Sobre una estructura de Thriller (como en Brick)
y en un ambiente que es puro Western
(como en Frozen River), Debra Granik
construye una historia directa de pura supervivencia, cine social y cine noir a partes iguales (como la
australiana Snowtown) y con unas
interpretaciones antológicas, repletas de contención y credibilidad
(particularmente la de la protagonista y la de John Hawkes). Y eso que muchos
de los actores no son profesionales. Además, Granik sabe dejar el espacio que
necesitan los personajes (la cámara se mantiene en un respetuoso segundo plano)
y el tiempo y el ritmo que requiere la trama, como en su anterior drama sobre la drogodependencia, Down to the Bone. El film se desarrolla en los Ozarks de Missouri, una de las zonas más
miserables de la USAmérica rural, saciada de una pobreza y una indigencia redneck (como la de Ohio y tantos otros
lugares), que ya ha sido retratada en múltiples historias Indie, como en Gummo, de
Harmony Corine, en la gran Southern Literature que va de Faulkner a Cormac McCarthy, o en esas crónicas
descarnadas pero empáticas de Joe Bageant. El retrato se completa con un poco
de bluegrass, unas gotas de country, algo de speed, violencia, el despellejamiento de una ardilla, mucho
lenguaje sucio, banjos y un happy ending
que no termina de funcionar.
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