2.5*
Dos amigos sobreviven en Cuba trapicheando como
pueden. Pero, un buen día,
un virus se propaga por La Habana y los cubanos
comienzan a transformarse en zombies. Al comienzo, se acusa a la disidencia
insular en connivencia con el gusano USAmericano pero pronto se comprende que
el asunto es más grave de lo que parece. Coproducción cubano-española, a
iniciativa del propio director, y rodada en la propia isla. Alejandro Brugués
propone una relectura de género a la vez que plantea una más que evidente
crítica al anquilosamiento en que vive la revolución, la revolución de los zombies. De todas formas, la
relación entre el cine de zombies y la alegoría política tampoco es novedosa:
toda la obra de Romero rezuma de esta contundente mezcla. El acabado se queda en
el pasillo que une el
amateurismo y
lo profesional: la fotografía es plana (digital, monocromática), los efectos
digitales no son del todo convincentes, el maquillaje es mediocre y se abusa de
la sangre pixelada. Por último, el control del ritmo no está suficientemente
sopesado y las situaciones supuestamente dramáticas hacen agua (
igual por la música). Aunque, por otro lado, hay suficientes guiños y homenajes para hacer
el visionado un tanto entretenido, por lo menos desde el punto de vista
cinéfilo. Además, el espectador recuerda
¡Vampiros en La Habana! y se sonríe del tiempo que ha pasado. Por otro lado, entre el mosaico de interpretaciones, se pueden destacar un par de
ellas pero, en general, hay una limitación clara en este sentido. En
definitiva, el argumento no sorprende, el desarrollo no asusta, los
gags no hacen mucha gracia y la acción
no entretiene. Lo más destacable, además de
la curiosa premisa de base (una
empresa que se deshace de los muertos vivientes), es el hecho de que se haya
materializado en pleno régimen castrista. Por cierto, en toda la película no se
pronuncia ni una sola vez la palabra zombie, por lo menos en castellano.