Fantasía inocente pero, a la vez, descarnada que
se atreve, nada menos, que a mezclar la vida y la obra de H.G. Wells con el
imaginarío mítico alrededor de la figura de Jack el destripador. Y con unas
gotas de Sherlock Holmes. Para ello, Nicholas Meyer propone un viaje en el
tiempo, hacía un San Francisco del futuro (el presente del espectador), que es,
a la vez, una huida y una persecución. Tamaño ardid argumental sería de nuevo
utilizado por el director en su estupenda cuarta entrega de la saga Star Trek, Misión: salvar la tierra. La película tiene encanto y se ve con
agrado pero hay varias cuestiones técnicoartísticas que podrían haber
redondeado más el producto. El fallo principal es, quizás, el guion, que en
muchas ocasiones no está a la altura de la propuesta, aunque John Kenneth Muir afirme que se trata de una mezcla casi perfecta de ciencia ficción, romance, humor y horror. Por otro lado, el film tiene graves fallos de montaje. Y,
para terminar, aunque el casting sea
agradable y los actores sean magníficos, uno no deja de pensar contínuamente
cómo hubiera quedado la producción con otras caras. Por cierto, como
curiosidad, la película lanza varios guiños muy agradables a la historia del
cine, especialmente a Regreso al futuro,
que se estrenaría casi seis años después y de ahí la paradoja, pero también a Vértigo, a ¿Qué me pasa, doctor? o a Las zapatillas rojas, por ejemplo.
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