Cuatro ladrones acometen un robo de forma precipitada
y uno de ellos muere. En su huida, los 3 supervivientes secuestran a una mujer
que les sirve de rehén pero, al llegar a un semáforo, cambian de vehículo y
vuelven a secuestrar otro coche en el que viajan Ricardo y su hijo enfermo. La
idea es llegar al campo, donde los ladrones tienen su headquarter y, a partir de ese momento, dejar en libertad a los
rehenes. Pero las cosas no saldrán exactamente así. Mario Bava, con un reparto
febril y entregado, rueda un thriller ultra quinqui con el envoltorio de una road
movie. El resultado es una película sucia, descarnada, con escenas
escatológicas y diálogos mezquinos. De una forma apropiada, el estilo visual
del film se aleja de esa admirada
estilización estética que es la marca de la casa del creador de San Remo para,
en su lugar, aprovechar los resortes del poliziesco italiano, tanto en la definición de los personajes (duros, egoístas, sin
escrúpulos) como en la concepción de la trama (con ironía final incluida),
tanto en el uso de la BSO (con ecos del rock
de la época, en especial a Iron Butterfly)
como en la utilización del primer plano (para subrayar el clima claustrofóbico
y la sordidez de los personajes). A la postre, se trata de una curiosa
producción, propia del cine exploitation de la época pero una auténtica rara avis
en la filmografía del director, el cual, incluso en sus películas más descarnadas
(como Bahía de sangre), siempre tiene
un espacio para la belleza. Por cierto, la trama recuerda ligeramente a Autostop Rosso Sangue, el sádico film de Pasquale Campanile protagonizado
por Franco Nero. Entre los actores, por cierto, hay que señalar la presencia de
los incombustibles George Eastman, Riccardo Cucciolla y Maurice Poli.
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