Julio Verne decía que todo lo que
una persona puede imaginar otras podrán hacerlo realidad. Con esa idea en la
mente, la Twentieth Century Fox y Henry Levin se lanzaron a adaptar el Viaje al centro de la tierra en 1959. Además,
el reciente éxito de la extraordinaria 20.000 leguas de viaje submarino y de la mareante La vuelta al mundo en ochenta días hicieron que la Fox quisiera
embarcarse en otra adaptación, esta vez con un arrebatador Cinemascope. El
argumento es muy conocido: el profesor Lindenbrook, su ayudante, la viuda de un
geólogo y un islandés fortachón viven todo tipo de aventuras subterráneas al
adentrarse en un viaje hasta el centro de la tierra. Las bazas que en su
momento debieron parecer portentosas (el diseño de producción, los decorados,
los efectos especiales) se han quedado francamente acartonadas y, en general,
tanto el diseño de personajes como algunos diálogos han resistido bastante mal
el paso del tiempo. Por ejemplo, el personaje de James Mason es del todo punto irritante, tiene un carácter altivo y caprichoso (aunque se pretenda racional)
y comete todo tipo de deslices. Además, existen decenas de errores de
continuidad, fácticos y anacronismos aunque el espíritu eventurero de la
historia original y una simpática ingenuidad tansforman el visionado de este film en una experiencia retro camp, apta, ciertamente, para públicos juveniles.
Por lo demás, es mejor que la versión de Juan Piquer Simón.
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