Como escribe Javier Coma
en su imprescindible Diccionario de la
caza de brujas, Joseph Losey, acusado por el Macarthismo, tuvo
que exiliarse a Gran Bretaña a finales de 1952, donde continuaría su carrera
con un buen puñado de obras prestigiosas, tanto en cine como en teatro. Sin
embargo, con anterioridad, Losey había ya realizado un buen puñado de buenas
películas. En este caso, se trata del segundo de los films de serie negra que Losey rodó al inicio de su
carrera, junto con El forajido, M y Larga
noche. Es curioso pero este humilde film
noir no denuncia la corrupción política ni la policial, ni describe una
sociedad podrida hasta los huesos ni una forma de vida represiva y vulgar. Este
film noir, simplemente, describe una
atracción sexual más poderosa que el disparo de una magnum. Bueno, y también el
mundo de las apariencias sociales y de la falsa honradez. El agente
Webb Garwood (Van Heflin) acude con su compañero a una casa residencial
donde vive una mujer (Evelyn Keyes, por entonces casada con John Houston, quien
produce la película junto con Sam Spiegel para el sello Horizon), que ha denuncia la presencia de un merodeador. Webb, un
policía cínico y descontento con su trabajo, poco a poco se va enamorando de la
mujer hasta que descubre que está casada. Aún así, la
corteja y la consigue. Hasta el momento que el marido lo descubre y
surje la posibilidad de hacerlo desaparecer, aprovechando la denuncia anterior.
Por cierto, la voz que se escucha en la radio, que se supone que es la del
marido, es realmente la voz del guionista, el gran Dalton Trumbo. Y una última
advertencia: no confundir con el clásico
slasher de los ochenta de
mismo título.
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