La primera misión comercial espacial viaja
a Europa, una de las 67 lunas conocidas de Júpiter, para explorar la
posibilidad de encontrar agua y algún rastro de vida bacterial en su superficie
o en las supuestas profundidades heladas. Sin embargo, una serie de problemas
complica lo que, en principio, iba a ser una estricta aunque valiosa
investigación científica y, de hecho, se llega a romper la comunicación con la
tierra. Con un presupuesto limitado y algunos recursos cinematográficos
recurrentes, el director ecuatoriano Sebastian Cordero presenta una efectiva
película de ciencia ficción, excelentemente montada y con elementos de Abyss, 2001, una odisea del espacio y de Gravity. La forma del film,
con constantes planos fijos, asegura un carácter científico (como la escena de
la Hydrozina) que le viene muy bien a la trama, un survival glosado a posteriori
gracias al metraje que los tripulantes de la misión han ido grabando con las
cámaras de la nave. El efecto final, de poderosas pero sutiles resonancias vitales, se queda fijado en la memoria del espectador durante días, algo de lo
que muy pocos productos de estas características pueden presumir.
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