Como un Muro de Berlín mucho más
sutil y poderoso, el velo del clasismo recorre la sociedad inglesa y la divide
en dos. Y muchas son las manifestaciones artísticas que han intentado describir,
explicar e interpretar dicho muro para luego jutificarlo o criticarlo. John
Galsworthy presta al director Piers Haggard uno de sus más reputados cuentos (The Apple
Tree) sobre el descubrimiento del amor y la pasión lozana en un inolvidable verano, mediante una velada simbología que no esconde su influencia cristiana.
La historia gira en torno a un idealista joven de buena posición que se tuerce
un tobillo recorriendo el countryside
inglés, en compañía de su terrenal amigo, y ha de alojarse en una granja cercana
para recuperarse de su lesión. Allí, se enamorará de una jovén campesina a la
que prometerá volver a ver cuando resuelva unas cuestiones en Torquay. Sin
embargo, diversas situaciones azarosas marcarán el destino de ambos, de una
forma trágica y muy descompensada, como es habitual en la vida real. La
película está extraordinariamente bien rodada y montada, con esa elegancia
típica del mejor cine británico de época y el film deja un poso final bien triste y melancólico a propósito de lo
injusta que es la vida y las sociedades que conocemos y, también, a propósito
de lo mentecata que puede llegar a ser la juventud.
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