Una familia de pueblerinos se traslada a la
capital en una España autárquica regida por la supervivenvia, la amoralidad y
el estraperlo. En cuanto llegan y se instalan en una corrala de Lavapiés, cada
miembro del clan debe echarse a la calle para ganarse el pan y, sobre todo, los
cuartos. Junto con Los peces rojos,
la otra obra maestra del realizador José Antonio Nieves Conde, quien (inspirado
por Zavattini y sobre un minucioso guión co-escrito por Gonzalo Torrente
Ballester, en el que se entrecrucan varias historias), levanta un retrato
neorrealista de ese Madrid de miseria y picaresca que tan bien describió el
Camilo José Cela de La colmena, el
Luis Martín-Santos de Tiempo de Silencio
o el Ignacio Aldecoa de Espera de tercera clase. La película tiene un magnífico nivel técnico-artístico, algunas
secuencias de extraordinaria modernidad (como la escena del humo del tren, al
final, o ese par de escenas de rápido montaje) y constituye una panorámica coral
del tipo de vida que llevaban los españoles al comenzar la década de los
cincuenta. Probablemente no se escribió y se rodó con un objetivo profético pero,
como dice la sabiduría popular, de aquellos barros estos lodos.
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