Se narran las andanzas y
aventuras de Manolo, agente municipal de tráfico en el Madrid de los cincuenta,
destinado en la glorieta de Cibeles, nada menos. La trama comienza el mismo día
en que el guardia urbano da a luz a su primer hijo, veinte años después de su
matrimonio con la Dolores. Bueno, en realidad da a luz la susodicha esposa.
Haciendo de ella y de él sendos padres. Lo que transforma a Manolo en un hombre
completo y cabal. A continuación, y siguiendo a pies juntillas el guión de Pedró
Masó y del propio director, la película va dando cuenta, en clave de comedia,
de las principales peripecias del ámbito familiar y profesional del
protagonista, mostrando, de forma parsimoniosa, distintos sketchs corales de un Madrid bonachón y bienintencionado, alejado
de esas otras representaciones cercanas al cine social (como las de Nieves
Conde) o a la serie negra USAmericana (como las de José María Forqué). O,
incluso, del Madrid de Luis Marquina, con olor a barquillo, a cocido y a betún.
En este sentido, el film se acerca a
esas otras distintas manifestaciones artísticas de la época, especialmente al
franquismo del Tebeo/TBO, que daban cuenta de esa picaresca propia del país y de
esos personajes entrañables y queridos, que tantas y tan buenas sonrisas
pusieron en el rostro de los españoles de bien del momento. Como muy bien ha
dejado dicho el gran Carlos Aguilar, estamos ante una de las dos obras maestras
de Rafael J. Salvia, junto a ¡Aquí hay petróleo!.
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