Decía Aldous Huxley que la más
grande lección de la historia es que nadie aprende de las lecciones de la
historia. La historia, de hecho, confirma con rotundidad este apotegma. Y el
cine y la poesía y la historiografía y la novela nos ofrecen mil y un ejemplo sobre
la misma cuestión. También la lluvia
es una muestra de ello. En Cochabamba, Bolivia, en la actualidad, una
productora cinematográfica ha comenzado a buscar localizaciones y figurantes
para el rodaje de un film sobre la
conquista de América, 500 años después. Sobre esta escueta premisa, la
protagonista de El Sur elabora una
sofisticada reflexión sobre nuestras representaciones del pasado, sobre el peso del pasado en el presente y sobre las diversas actitudes morales ante
ambas realidades. El guión, de Paul Laverty, está francamente inspirado al intercalar, con una
envidiable sensibilidad histórica, el desarrollo de la misma película con el rodaje
de la “otra” película, mezclando la vida del equipo técnico artístico en
Bolivia con las vidas de los personajes históricos que van a representar así
como con las vidas de los descendientes de los indígenas “conquistados”, tanto
en sus "personajes" como en sus luchas presentes. A todo lo cual se añade el rodaje
de un documental sobre el rodaje de esa película sobre la conquista que, a su
vez, es el argumento de la película de Bollaín. Sí: una muñeca rusa dentro de
otra más grande, esa es la propuesta del matrimonio Bollaín/Laverty. Si el
guión es un prodigio de sofisticación y significación históricas, la puesta en
escena, à la Ken Loach, demuestra que late cine por las venas de la directora, en la misma
medida que por la de los talentosos actores protagonistas (especialmente Luis
Tosar y Juan Carlos Aduviri). Puede parecer que le falta algo de intensidad al
drama, eso es verdad. Y que incluso la conclusión es un tanto lacónica. Pero,
en el fondo, estamos antes una de las películas más inteligentes, complejas y ovilladas
de toda la filmografía española reciente.
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