En un pequeño opúsculo titulado Leer en el retrete, Henry Miller
escribió que, en ocasiones, leemos para pasar el rato, para matar el
aburrimiento, de forma intrascendente. Y que esto, en el fondo, sí que es una
auténtica pérdida de tiempo porque ¿aprendemos algo que merezca la pena saber,
de verdad? Pues bien, lo mismo ocurre con el cine. A veces, tenemos la suerte
de ver una película que nos emociona, que nos enseña algo que no sabíamos o que
nos ilumina una porción de la vida que no conocíamos. Que nos amplía nuestro
horizonte de expectativas. Pero, otras veces, perdemos soberanamente el tiempo.
Como si lo regalaran. Y ver este film es una muestra evidente de que el
tiempo es valioso y de que hay películas que son para ver en el retrete. La
producción tiene mil y un errores de guión, decenas de casualidades
inverosímiles, una historia inspirada más de la cuenta en La jungla de cristal, unas interpretaciones francamente
inconsistentes (en particular, la del elástico Jean-Claude Van Damme, que no la
de Powers Boothe) y un desarrollo narrativo repleto de tópicos y que, en el
fondo, roza el bostezo gratuito además del conservadurismo más incongruente.
Aléjense de películas así, por favor. El tiempo no es oro pero sí vida. Y la
vida es más importante que el oro.
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