El ex-crítico fotogramático Daniel Monzón, tras su
estimable El corazón del guerrero y
sus semi decepcionantes La caja Kovak
y El robo más grande jamás contado,
vuelve a la pantalla grande por todo lo grande, valga la redundancia. En este
caso, elabora un thriller complejo,
con un motín carcelario como leitmotiv
principal pero donde también hay espacio para una crítica del estamento
político y policial, con los de la ETA de por medio. Con un guión muy bien hilvanadoy desarrollado, que juega a las mil maravillas con el tempo y con el suspense
narrativos, Monzón elabora un drama fatal que comienza abriéndose las venas y
que se las deja abiertas, al final, con un estilo muy pulido y un montaje casi
perfecto (aunque a veces algo tramposo), si bien deja todo el peso del film a una cuadrilla de actores en
estado de gracia. En este sentido, hay que destacar el estratosférico trabajo
de Luis Tosar, Carlos Bardem y Luis Zahera. Alberto Ammann, por su parte,
consigue codearse con estos grandes papeles con suficiente convencimiento
aunque sin destacar. Y Antonio Resines, como el Henry Fonda de Leone, muestra su
lado más perverso e hijoputista. Lo cual sorprende, convence y recuerda que el
espectador aun no lo ha visto todo. Manuel Morón, por su parte, con una pose
susurrante y comedida, subraya la naturaleza chaquetera e hipócrita de su
personaje pero no convence del todo. Cosa que sí hace “el tachuela”, con la
cara, el cuerpo, los gestos y la voz de Vicente Romero. Uno de los mayores
éxitos del cine español reciente, respetado por la crítica y admirado por el público.
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