John Carpenter, con el arrojo de
sus mejores entregas fantásticas, traslada el mundo de los vampiros al desierto
texano: es decir, introduce la idiosincrasia vampírica en los corsés narrativos
y estéticos del Western.
Evidentemente, no es la primera vez que se mezcla el Western con el cine de terror (vid. Curse of the Undead, Ghost
Town, Hex, Inn of the damned, o El grito
de la muerte). Y tampoco es la primera vez que se coloca al mundo vampírico
en el Far West (Vampiros a la sombra sería un buen ejemplo) o en un árido estado USAmericano
(Los viajeros de la noche). Incluso
una película como The Devil’s Rain
hace aparecer el terror satánico en medio del desierto de México, en Durango.
Sin embargo, sí es la primera vez que se hace con esa desolación pesimista
característica del mundo de Carpenter. Lo que el espectador contempla es una
epopeya sobre la desesperada misión de un grupo de ignotos caza vampiros,
capitaneados por James Woods, que se esfuerzan por impedir que un extraño
códice caiga en las manos equivocadas y permita a su poseedor hacerse con el
mundo. Estéticamente, Carpenter se rinde a las posibilidades cromáticas del
experimento y rueda una historia salvaje, con puestas de sol rojas como la
sangre y música de slide. Sin
embargo, el resultado no convence del todo: ni por el argumento, ni por su
desarrollo narrativo, ni por los personajes, ni por la acción, aunque
constantes destellos mantienen la atención del espectador, así como esa visión
nihilista, anticlerical y hawksiana, que
subyace en casi toda la obra del director de Carthage. En alguna breve ocasión,
viene a la mente la extraña producción sobre hombres lobo motoristas Werewolves on Wheels, de 1971. Tras esta
cinta de Carpenter, se desataría una extraña y secreta oleada de admiradores: The Burrowers es, quizás, una de las más
conocidas.
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