En un pueblo entre Palencia y
Burgos, quintaesencia de una buena parte de la España franquista de los años
sesenta, mezquina y estrecha de miras, en donde siempre parecen andar
atravesando camiones de un lado a otro, una joven francesa de la farándula es
abandonada por su compañía de variedades debido a una apendicitis. Este
intrascendente hecho moviliza un conjunto de pequeños movimientos en el tablero de juego del pueblo: el médico se enamora de la vedette mientras el profesor de francés del pueblo se enamora de la
mujer del médico. Tras la magnífica Muerte
de un ciclista, Juan Antonio Bardem vuelve a ese cine social
y sociologizante, en la línea de Calle
mayor, para describir, mediante su dominio del plano secuencia, un cuarteto
de pasiones y pulsiones, con claras referencias a una modernidad bien entendida
(el antifascismo francés, Vicente Aleixandre, Lo que el viento se llevó, etc.). Con cierto aire literario (a lo
Aldecoa, aunque obra de Alfonso Sastre) y con una partitura excelente, a cargo
de Georges Delerue (nada menos), Bardem parece prefigurar ese cine
pequeñoburgués del primer Chabrol, donde las personas parecen moverse entre el
convencionalismo insípido, las más, y sus deseos frustrados, las menos, en un
mundo ya de por sí oprimido y opresor. No se sabe si el audio del film fue deficientemente grabado o que
está mal conservado pero, en ocasiones, no se escucha con claridad el diálogo
de los personajes. Si te gustaron las dos películas mencionadas en esta
pastilla, no evites regalarte el visionado de esta pequeña obra de relojería,
llena de imágenes de un simbolismo crítico sin igual aunque oscurecida por la
fama de las otras dos así como por el fracaso comercial que sufrío en el
momento de su estreno. El médico protagonista, por cierto, parece, por momentos, una versión visual del Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia.
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