lunes, 27 de julio de 2015

Nunca pasa nada

3.5*

En un pueblo entre Palencia y Burgos, quintaesencia de una buena parte de la España franquista de los años sesenta, mezquina y estrecha de miras, en donde siempre parecen andar atravesando camiones de un lado a otro, una joven francesa de la farándula es abandonada por su compañía de variedades debido a una apendicitis. Este intrascendente hecho moviliza un conjunto de pequeños movimientos en el tablero de juego del pueblo: el médico se enamora de la vedette mientras el profesor de francés del pueblo se enamora de la mujer del médico. Tras la magnífica Muerte de un ciclista, Juan Antonio Bardem vuelve a ese cine social y sociologizante, en la línea de Calle mayor, para describir, mediante su dominio del plano secuencia, un cuarteto de pasiones y pulsiones, con claras referencias a una modernidad bien entendida (el antifascismo francés, Vicente Aleixandre, Lo que el viento se llevó, etc.). Con cierto aire literario (a lo Aldecoa, aunque obra de Alfonso Sastre) y con una partitura excelente, a cargo de Georges Delerue (nada menos), Bardem parece prefigurar ese cine pequeñoburgués del primer Chabrol, donde las personas parecen moverse entre el convencionalismo insípido, las más, y sus deseos frustrados, las menos, en un mundo ya de por sí oprimido y opresor. No se sabe si el audio del film fue deficientemente grabado o que está mal conservado pero, en ocasiones, no se escucha con claridad el diálogo de los personajes. Si te gustaron las dos películas mencionadas en esta pastilla, no evites regalarte el visionado de esta pequeña obra de relojería, llena de imágenes de un simbolismo crítico sin igual aunque oscurecida por la fama de las otras dos así como por el fracaso comercial que sufrío en el momento de su estreno. El médico protagonista, por cierto, parece, por momentos, una versión visual del Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia.

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