miércoles, 4 de noviembre de 2015

Canoa

3*

Casi siguiendo la estructura de un documental (donde se van preparando, poco a poco, paso a paso, los acontecimientos finales de una tragedia rural), el director Felipe Cazals va presentando a los distintos actores de un acontecimiento real que tuvo lugar en el estado mexicano de Puebla, en los años sesenta: un pueblo ignorante y violento (manejado con puño de hierro por la Iglesia católica, igualmente ignorante y violenta), aniquila a un grupo de estudiantes a los que se confunde con peligrosos “comunistas”. Y lo hace con inusitada crueldad, saña y salvajismo, al grito de “Cristianismo sí, comunismo no” (sic). Las últimas escenas del film se sienten duras, descarnadas, quedan grabadas en la memoria del espectador, que no puede huir del presente con esas típicas películas nostálgicas o escapistas que atiborran los multicines de todo el mundo. Canoa obliga al espectador a quedarse en su presente más doloroso y recompensa su morbo con una explicitación del horror más cotidiano: ese que nace del sometimiento religioso y de la opresión política y va dirigido contra lo diferente, contra lo extraño, contra lo que Lévinas llamaría “El Otro”. Aunque, en realidad, ni lo sea ni lo pueda ser. Una multipremiada versión naturalista y descarnada del clásico del cine gore 2.000 maníacos, con la fuerza de lo que parece estar registrado por un noticiario de la TV y por un equipo de reporteros. De hecho, la película va dividiéndose en segmentos, acompañados con fotogramas explicativos, imágenes documentales, monólogos de los propios actores y comentarios de un ficticio habitante del pueblo protagonista, San Miguel Canoa, en las faldas de La Malinche. Una tragedia rural, una especie de “negro corrido”, que te alerta de la crueldad a la que pueden llegar tus convecinos.



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