Uno de los clásicos fanta-terroríficos
del cine soviético, rodado por Kropachyov y Yershov en 1967, es decir, justo un
año después del estreno de Andréi Rubliov.
La historia proviene de un cuento de Nikolái Gógol que, a su vez, proviene de
una leyenda (justo como esa historia que llevó Bava a la pantalla en La máscara del demonio). Los efectos
especiales son muy buenos y la ambientación y el maquillaje sorprenden por su
profesionalidad y actualidad. Al igual que el abanico de trucajes
cinematográficos que despliega la cinta. Además, la escena final, muy en la
línea de El Bosco, sorprende al espectador más curtido. No es de extrañar,
pues, que sobre la base de esta película se haya elaborado recientemente una
especie de remake y una cuasi segunda
parte (Transilvania, el imperio prohibido
y El poder del miedo, respectivamente).
Estéticamente, la película guarda ciertas reminiscencias con la pintura de la
escuela holandesa, de un Bruegel y un Albert van Ouwater, lo cual no es nada
extraño si recordamos la influencia de Pedro el Grande en la occidentalización
de Rusia. Aunque el cine japonés más clásico, por ejemplo, tiene más relación
con una parte de la pintura y del 7º arte Occidental que con las propias tradiciones
niponas. Por otro lado, hay un no sé qué de El baile de los vampiros muy curioso. Igual Polanski, por afinidad geográfica
y espiritual, conocía la película (se estrenó 7-8) meses antes que la suya) y la tuvo presente al rodar su film.
Muy interesante! Apuntada en la lista de pendientes. Gracias!
ResponderEliminarQuerido anónimo: muchas gracias por tu comentario!! Y claro que sí: es una película muy interesante y visualmente impresionante! Desapúntala cuanto antes de tu lista de pendientes!
ResponderEliminar