Fernando es un policía novato
que, casi el mismo día en que se ha licenciado, presencia un atraco a un banco.
En la comisaría no le dan el caso pero sí otro que le lleva, poco a poco, al
atraco del principio. Por el camino, habrá de infiltrarse en la banda, con lo
que conocerá de primera mano los subterfugios del hampa, tanto de Madrid como
de Barcelona. La obra maestra del prolífico Ignacio F. Iquino y casi un hito en
la historia del policíaco español, repleta de esa sensibilidad proletaria y barriobajera
que contrasta con su simpatía por el régimen franquista (vid. El tambor del Bruch, El judas o Trigo limpio, por ejemplo), aunque supone un adelanto del tipo de
cine que acabaría haciendo, durante los años setenta y ochenta. Radiografía de
los bajos fondos madrileños de la época así como de los procedimientos
criminales para sacarlos a la luz, el conjunto está narrado con un pulso que
mezvla lo documental y lo melodramático, lanzando pinceladas retratistas al
artisteo, con gotitas de thriller y,
por supuesto, con la típica moralina carpetovetónica propia del realizador. En
definitiva, un cuasi noir patrio,
aunque sin el espíritu underground de
los mejores logros del cine negro USAmericano: es decir, el discurso político
del film es el de una plena
aceptación del status quo, ya que los
criminales lo son por avaricia o por maldad, nunca por razones sociológicas o económicas.
Al contrario que Billy Wilder, que creía que lo mejor para transmitir un mensaje
era poner un telegrama, el cine de Iquino sí que tiene mensaje. Atención a la
señorita Albéniz, de traje negro, como una Rita Hayworth, y con la elegancia de
Soledad Lence.
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