Para empezar, la traducción del
título ya es errónea. Heat es la
palabra que se utiliza, en argot, para referirse a la policía. No tiene nada
que ver con el calor. Para seguir, la película es el típico subproducto cinematográfico USAmericano de finales de la ultraconservadora década de los
ochenta, en el género thriller policíaco.
Dos agentes de muy diversa condición (un policía frío de la KGB y un “tirillas”
de Chicago) han de trabajar juntos y a la fuerza para perseguir a un criminal
soviético que ha huido a la tierra de las oportunidades capitalistas. Walter
Hill insiste en buscar el éxito fácil y le sale el tiro por la culata, haciendo
una más de las Buddy Movies insubstanciales
que asolaron la época. El film tiene
errores evidentes de montaje, unas interpretaciones de serial radiofónico y un
guión flojo y correoso como un postre de gelatina. Lo más curioso del asunto,
sin embargo, es el discurso ideológico que Hill introduce en los intersticios
de la trama, desde el plano inicial del “Directed by Walter Hill” hasta las
palabras del jefe de los “cabezas rapadas” en la cárcel. En definitiva, una
lasca más en el ascenso de la musculada carrera del actor austriaco, Arnold
Schwarzenegger, y una obra anacrónica desde el mismo día de su estreno: en
1989, cayó el Muro de Berlín y, con él, buena parte de la mitología de la
Guerra Fría sobre la que se intentó levantar este absurdo espectáculo. Como
curiosidad, el mismo año, Fukuyama publicó su soflama a favor del fin de la
historia y demás sandeces neo liberales.
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