A través de una familia burguesa
de productores de cava, los Palau, Antonio Ribas intenta representar histórica
y épicamente un momento especialmente convulso y conflictivo de la historia catalana: el momento que media entre el final del siglo XIX (con las pérdidas
coloniales) y comienzos del XX (con la Semana Trágica). Es decir, el momento
histórico en el que se gesta el catalanismo moderno, como ha señalado Antoni
Rigol. Siguiendo la estela de obras como Novecento,
de Bernardo Bertolucci, o La tierra de la gran promesa, de Andrzej Wajda ,
Ribas compone un amplísimo retablo histórico en el que intenta introducir las
vidas, costumbres y pensamientos de los obreros, de los agricultores y del
resto de trabajadores así como lo propio de las clases altas, propietarias y
burguesas, todo ello en un marco político de luchas entre los intereses
capitalistas y de clase de la burguesía y de la aristocracia y los incipientes
movimientos sindicales, radicales y anti-clericales, con las campañas de
Alejandro Lerroux a la cabeza. Y, para más INRI, intentando completar el
retrato añadiendo todo la cuestión nacionalista (el “problema catalán”),
republicana y anti-monárquica. Sorteando un rodaje repleto de problemas y
contratiempos, y financiada mediante las aportaciones de unos 102 (o 132, según
las fuentes) inversores, la obra tuvo una enorme acogida en la Cataluña de su
estreno, llegando a ganar distintos premios cinematográficos, como en Montreal
o el del Filme Ibérico y Latinoamericano.
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