Después de popularizar a Waldemar
Daninsky y de dirigir El huerto del
francés, Paul Naschy se enfrenta a la literatura picaresca española. Pero a
su manera. Es decir, introduciendo elementos del fantaterror satánico, de la
comedia y del cine erótico. El propio Jacinto Molina escribe el guión e interpreta
a un caminante llamado Leonardo, de formas piadosas pero de contenido recio que,
de camino a la corte de España, se va apropiando de las más variadas
personalidades (militar, caballero, peregrino, etc.) para sobrevivir a costa de
los bienes y de los cuerpos de los demás. En su peregrinaje, le acompaña un
joven lacayo, antiguo lazarillo, interpretado por David Rocha. El resultado es
una amalgama desprejuiciada y moralista, con una ambientación que recuerda a la
de Curro Jiménez, una estructura narrativa
(finalmente circular) en la que se suceden escenarios de todo tipo, desde un
convento a un lupanar, y una cualidad estética entre Velázquez, Goya y
Zurbarán. Además, a un estilo franco y falto de ostentaciones, el director ofrece
ciertas osadías visuales (como la de la escena del asalto a espadas, rodada
entre matorrales y malas hiervas) y conceptuales (como la del sueño futuro,
apocalíptico e incomprensible, adelantándose a un Alan Moore). Una de las
películas más curiosas de toda la filmografía del gran Naschy. Y uno de esos films que ahora serían cuasi imposibles.
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