Ahora que está relativa y muy pasajeramente de moda el cine
mudo, vayamos a los verdaderos orígenes, concretamente a 1924, cuando Buster Keaton campaba a sus anchas como uno de los más grandes cómicos del momento,
junto a Charles Chaplin y a Harold Lloyd. En esta película, interpreta a un
joven proyeccionista que sueña con ser un gran detective -el crime-crushing criminologist, Sherlock
Jr.-, lo que conseguirá, precisamente, adentrándose
en una película que está proyectando en el cine en el que trabaja, aunque, en
realidad, todo ocurre en sus propios sueños. Keaton encadena gag tras gag en una imaginativa y divertida sucesión de aventuras,
persecuciones y sketches. Además, muestra su incomparable genio a la hora
de sintetizar en imágenes un sólido guión, apoyado con unos increíbles efectos
visuales y un magnífico montaje, en el que participó el propio Keaton. Y, todo
ello, en unos entretenidísimos 45’. Woody Allen se inspiraría en esta comedia
para su La rosa púrpura del Cairo y
John McTiernan para El último gran
héroe.
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