Arriesgado pero insufrible despropósito cinematográfico, falto
de pericia narrativa y fuerza dramática, de buenas intenciones pero pobres
resultados. Tras unos inspirados títulos de crédito, Alex de la Iglesia
anestesia con una mezcla de imágenes vacías y escenas inverosímiles, de
bastardas referencias estéticas. Los personajes son de cartón piedra, como la
mayoría de las interpretaciones, y la trama se mueve entre la especulación
histórica tarantiniana y el esperpento rocambolesco, entre la (más aparente que
lograda) crítica política y la denuncia social, entre el artificio de autor y
la grandilocuencia enlatada (a lo Tim Burton), todo ello bajo una engañosa
apariencia de fábula moral salpicada de un constante delirio grotesco made in Spain. El humor no es tal y las
(virtuales) situaciones trágicas y emotivas mueven al bochorno más que a la
empatía. La música termina de desacreditar un producto que, de haberse
ejecutado con más tiento y concreción de ideas (porque, a nivel técnico, es intachable),
podría haber sido una propuesta estimable y, sobre todo, entretenida.
Sinceramente, no queda claro el tipo de espectador al que va dirigido. Si alguien está interesado en el mundo de la farándula visionaria y canalla, que se acerque desprejuiciadamente a la última novela de Pilar Pedraza, Lucifer Circus.
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