Raras son las películas que nos llegan del continente africano. Y más cuando provienen de la parte más meridional del mismo: de la
misma Sudáfrica. Sin embargo, cuando llegan, son tan sorprendentes y estimulantes
como esta película de Jamie Uys, el director de la mucho más conocida Los dioses deben estar locos (1980). La
trama gira en torno a las aventuras de un niño que, tras un accidente de avión,
debe sobrevivir en el desierto con la única compañía de su pequeño perro y con
la amenaza constante de una hiena que les está persiguiendo. Mientras tanto, el
padre del protagonista (interpretado por el propio director) intentará
encontrarlo. Las escenas rodadas en el desierto provocan interés por su
conseguida verosimilitud y crudeza, que contrasta con las insatisfactorias
escenas rodadas en la ciudad. Un acierto del film es el carácter semi documental con el que aparecen algunos
aborígenes en la historia. Dos años después, Nicholas Roeg rodaría una argumento
similar en la producción británica Walkabout
(1971). Por su parte, la historia de Peter Collison, Mi nuevo campeón (con William Holden) podría completar un hipotético
programa triple. El gran Alexander Mackendrick dió forma visual a la aventura de un adolescente en África en la emocionante Sammy, huida hacia el Sur, de 1963.
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