Volvemos a las adicciones. En este caso, a las de Nick
Nolte, un maduro ladrón, jugador y heroinómano al que las cosas no parecen
pintarle bien. Por eso, decide apostar todas sus fichas a un último trabajo, un
golpe falso que encubre a otro verdadero, como las copias de cuadros famosos,
un golpe que planificará y ejecutará con la ayuda de un heterogéneo grupo de
arrabaleros de la Riviera francesa, con la presión de un inspector de policía justo detrás. Cuando la cosas se complican y parece que
todo se va a ir al garete, la suerte hace acto de presencia para justificar el
aire de comedia de toda la película y para endulzar la sonrisa del espectador.
Neil Jordan dirige esta historia con su proverbial riqueza visual, una mixtura
–no siempre justificada- de estilos y referencias cinematográficas, la más
conocida de las cuales es, sin duda, Jean Pierre Melville y su Bob le flambeur, de la cual Jordan hace
un respetuoso remake. Excelente
trabajo de Nick Nolte, admirable en su forma de susurrar esa mezcla de inglés
culto y barriobajero que también sabe gritar convincentemente. Sutil también su
trabajo corporal y expresivo, en un personaje que se balancea entre lo tosco y
lo sensible sin abandonar esa atractiva y atrayente áurea de perdedor. El resto
de actores incluye a un excéntrico Kusturica y a los Hermanos Polish, poseedores
de una extraña filmografía.
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