En unos EE.UU. de América, todavía bajo la Gran Depresión, un
matrimonio de avanzada edad es desahuciado por el banco. Al no poder ser alojados
juntos en la casa de ninguno de sus cuatro hijos, tendrán que vivir separados los
últimos años de su vida (curiosamente, ninguno de los hijos propone pagar la
hipoteca). Una de las obras menos conocidas del maestro Leo McCarey, estrenada
el mismo año que La pícara puritana (1937).
A diferencia de la segunda, Dejad paso al
mañana no cosechó los merecidos éxitos y premios, quizás por su incomoda
propuesta y amarga naturaleza, aunque el característico y habitual decoro
McCareyano (paralelo, similar al de un Ozu o un Bergmam) mantiene firmemente a la
historia en los límites del drama, es decir, la aleja de los típicos sentimentalismos
y lacrimosos excesos de otras producciones similares. De esta manera, como ha explicado Miguel Marías, McCarey elabora un melodrama que no es melodramático, convirtiendo
Dejad paso al mañana en una de las
más desgarradoras y tiernas reflexiones sobre la vejez, sobre la incomunicación entre
padres e hijos y sobre los distintos egoísmos familiares, en la línea de Cuentos de Tokio o En el estanque dorado.
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