Tras un buen surtido de fascículos coleccionables de la Marvel (algunos de
ellos soberbios, otros grotescos), por fin llega el Almanaque Anual, el Número
Especial, un episodio repleto de acción, aventura y esa imaginaria clase de
hombres que, dentro de su -a menudo- ridícula apariencia, inyectan ilusión a la
raza humana: los superhéroes. Y tratándose de la compañía fundada por Stan Lee,
no podrían ser otros que Los Vengadores.
Joss Whedon (el creador de esa extraña y muy efectiva space opera que es Serenity),
consigue crear un compacto y divertido entretenimiento -alejado de la
oscura introspección de alguna de las mejores entregas anteriores-, basándose
en unos fascinantes personajes, en un guión épico (que se va densificando según avanza
la trama) y, sobre todo, en unos brutales efectos especiales que, cuando
inundan la pantalla, se someten a los requerimientos de la acción y del
desarrollo dramático (y no al revés). La historia gira en torno al apetito de
poder de Loki, Príncipe de Asgard, que dirige su venganza contra su hermano Thor y contra su protegida:
la Tierra. Mención aparte para unos actores que se enfundan (como sus alter egos)
en sus respectivos trajes, sin ningún tipo de fisura (salvo, quizás, Viuda
Negra u Ojo de Halcón), especialmente Robert Downey y Mark Ruffalo. Sin
embargo, ese Nick Furia que propone Samuel L. Jackson, ni convence ni resulta
apropiado a la historia. Por otro lado, reconforta encontrar en pequeños
papeles a Powers Boothe, Harry Dean Stanton y Stellan Skarsgard. En su contra,
la película tiene un flojo comienzo, esporádicos diálogos adolescentes, una BSO mil y una vez escuchada y un exotismo globalizador francamente superficial. Referencias
cruzadas a El señor de los Anillos, a la
cuantifísica de Albert Einstein (la omnipresente energía) y a acontecimientos
políticos como el 11 de septiembre.
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